sábado, 4 de febrero de 2012

Porque quiero que el amor y la alegría sean para todxs...

     En diversas oportunidades, algunxs por ahí me tildaron de “propagandista homosexual”. Ellxs siempre se paran en la vereda del acusador y suponen estar legitimados por alguna fuente o razón divina para juzgar negativamente al otro y condenarlo al ostracismo, al destierro –explícito o implícito– de la vida social. Claro, con siglos y kilómetros de discursos represores y normalizadores detrás, cualquiera puede pararse cómodamente en esa vereda. Es decir, “cualquiera” que sólo se mira el ombligo y borra, sin interrogarse nada, las existencias de otrxs diversxs. Pero, ¿cómo no ser, orgullosamente, un “propagandista homosexual”, en el sentido en el que lo manifiestan esas personas, si todavía hay millones de personas GLTTBI que viven el cotidiano desgarro que involucra la marginación familiar y social? Un desgarro que no sólo se da a nivel de la interoridad de las personas, sino, en muchos lugares, a nivel físico. La eliminación es simbólica y corporal. Ante eso, uno no puede quedarse callado e inactivo. Y mucho menos aún cuando la marginación atraviesa la propia experiencia personal.

     Aunque lo que digo pueda sonar trillado para muchxs, la verdad es que hay un largo camino por recorrer todavía. De hecho, como ejemplo, durante las fiestas de fin de año y durante este verano, momentos de reencuentro familiar, en general, volví a sentir las mismas sensaciones incómodas que me acompañan desde que puedo pensar por mi cuenta y eso me hizo pensar más aún. Observar las escenas familiares que se dan para compartir momentos y experiencias entre las parejas –heterosexuales–; observar como lxs adolescentes –heterosexuales– de la familia presentan sus parejas y pueden compartir almuerzos de domingo u otros instantes análogos sin problema; observar cómo en los encuentros de fin de año convocados por las empresas en las que trabajan mis familiares, ellxs pueden asistir con sus parejas –heterosexuales– sin ningún problema, sin eufemismos, sin trámites, sin vueltas, sin explicaciones… La lista de experiencias de este mundo heterocéntrico podría seguir indefinidamente, y el desgarro interno, emocional, psíquico, se extendería de igual modo.

     A pesar de la legislación de avanzada con la que ya contamos en nuestro país y en varios países del mundo, las personas GLTTBI tenemos negadas, socialmente, muchas experiencias que nos gustaría vivir y disfrutar. Por supuesto, con seguridad no todxs desean vivirlas, y a algunxs podrán parecerles triviales –y eso es entendible, porque la diversidad es amplia, abarca múltiples dimensiones–, pero somos muchxs lxs que las ansiamos y las consideramos derechos que todavía se nos niegan –claro, no legislativamente, en la mayoría de los casos, pero sí a nivel de las prácticas concretas, cotidianas –. Para muchxs, la vida sigue consistiendo en dar explicaciones por todos y para todxs, para muchxs la vida sigue siendo un gran eufemismo, un desgarro incesante. Y por eso estoy convencido de que lo que siento, pienso y hago como “propagandista homosexual” no está mal. Porque quiero que el amor y la alegría sean para todxs. 


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