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día las hormigas, pueblo progresista, inventan el vegetal artificial. Es una
papilla fría y con sabor a hojalata. Pero al menos las releva de la necesidad
de salir fuera de los hormigueros en procura de vegetales naturales. Así se
salvan del fuego, del veneno, de las nubes insecticidas. Como el número de las
hormigas es una cifra que tiende constantemente a crecer, al cabo de un tiempo
hay tantas hormigas bajo tierra que es preciso ampliar los hormigueros. Las
galerías se expanden, se entrecruzan, terminan por confundirse en un solo Gran
Hormiguero bajo la dirección de una sola Gran Hormiga. Por las dudas, las
salidas al exterior son tapiadas a cal y canto. Se suceden las generaciones.
Como nunca han franqueado los límites del Gran Hormiguero, incurren en el error
de lógica de indentificarlo con el Gran Universo. Pero cierta vez una hormiga
se extravía por unos corredores en ruinas, distingue una luz lejana, unos
destellos, se aproxima y descubre una boca de salida cuya clausura se ha
desmoronado. Con el corazón palpitante, la hormiga sale a la superficie de la
tierra. Ve una mañana. Ve un jardín. Ve tallos, hojas, yemas, brotes, pétalos,
estambres, rocío. Ve una rosa amarilla. Todos sus instintos despiertan
bruscamente. Se abalanza sobre las plantas y empieza a talar, a cortar y a
comer. Se da un atracón. Después, relamiéndose, decide volver al Gran Hormiguero
con la noticia. Busca a sus hermanas, trata de explicarles lo que ha visto,
grita: “Arriba... luz... jardín... hojas... verde... flores...”. Las demás
hormigas no comprenden una sola palabra de aquel lenguaje delirante, creen que
la hormiga ha enloquecido y la matan.
(Escrito por Pavel Vodnik un día antes de suicidarse. El
texto de la fábula apareció en el número 12 de la revista Szpilki y le valió a su director, Jerzy Kott, una multa de cien znacks.)
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