de carbón y leña, cuando llenabas
bolsitas de cuatro kilos y las estibabas
prolijamente en filas simétricas con base diez,
cuando te dolían los dedos después de tardes enteras
de anudar esas bolsitas sin cesar y tenías la cara muy negra.
Nadie sabe de esas cargas
interminables de quebracho, toneladas que
venían del Chaco o de Santiago y colmaban
el acoplado del camión de Tulio, punzantes, afiladas,
cuando te pasabas horas enteras con tu hermano o quien
fuera, para descargar ese quebracho que prometía recompensa.
Nadie sabe de esos tiempos de infancia sin luz,
sin espacio, sin padre.
sin espacio, sin padre.
Nadie sabe, en fin, que sos hoy
aquel que fuiste entonces, a los ocho,
a los diez años, al lado del mar salado y frío,
cuando trabajabas duro para otros y, sin saber,
para vos, que te forjabas un destino contra el viento
huracanado que venía del sur lejano y desconocido.
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