domingo, 25 de octubre de 2015

Tanto

Me acuerdo de esas (tantas) veces en que permanecí en silencio en distintos lugares, con distintas personas. Y de esas (tantas) interpelaciones para que dijera algo, para que hablara, para que dijera, para que participara, para que pronunciara alguna palabra en medio de tanta palabra vacía. Interpelaciones envueltas en sorna: "ay, el tímido", "ay, Pablo no habla", "ay, habla demasiado...", y así, sin cesar. 

Todo eso dolía, porque sentía que la palabra me había sido negada desde siempre: mi sexualidad es constitutiva, yo no puedo escindirme en razón y sexualidad, como en dos mitades que se buscan y no se encuentran. Para mí, un chico gay nacido en Salta -bastión del deshumanismo católico- el mundo siempre era para otros, para los que estaban bien, para quienes habían sido sanos: mi palabra no podía aportar nada, era palabra enferma, palabra vana... ¿cómo querían que hablara? No me sentía útil ni valioso. 

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