martes, 22 de mayo de 2012

"¡Eh, dejen de ser putos!"

Definitivamente, en nuestra sociedad “occidental y cristiana”, cuerpo, género, sexo y placer siguen siendo conceptos poco comprendidos por la mayoría. Y por eso mismo es que sigue generando tanto escándalo intentar alterar la norma heterocéntrica, aunque sea en gestos más bien mínimos, cotidianos (pero, si se lo piensa un poco, es en la cotidianeidad donde debe concretarse el cambio social-cultural, ¿no?).

    Estas lucubraciones iniciales vienen a cuento por una experiencia que viví durante el último sábado. Como sabemos, el espacio público es el espacio del ser ciudadano por excelencia. Aquel día, con la persona que me acompaña en estos tiempos, quisimos darle existencia real a este lugar común sobre la ciudadanía y su ejercicio (aclaro, no de manera consciente sino porque se dio de ese modo). Por eso es que, en ese espacio público (más precisamente, en pleno centro de la ciudad capital del Chaco) nos besamos y nos abrazamos como cualquiera; fue un momento intenso, y no sólo por la pasión. Como fondo de la escena pasional, no se escuchó a Manzanero ni a Guadalupe Pineda (como podría pasar en la escena literaria más cursi y prototípica). Se escuchó, por el contrario, una serie de gritos, alaridos y bramidos como protesta ante nuestro amor. La lista de enunciados es bastante extensa, considerando que no fue poco el tiempo que pasamos ahí con mi compañero. “¡Eh, putos!”, “¡Eh, dejen de hacer eso!”, “¡¿Bueeee, vos viste lo que yo vi?!”, entre otras forman parte de esa lista. Pero hubo una expresión que me impactó especialmente: “¡Eh, dejen de ser putos!”, emitida con todo el ímpetu de un vozarrón masculino, latinoamericano y rebosante de doxa.

    A mi compañero y a mí, esas cosas nos dieron gracia. Y la verdad es que nos inyectaban, como una droga, más ganas de seguir desafiando los límites del discurso falocéntrico. Nada menos propio de nosotros que seguir los lineamientos de una masa injuriosa. Pero el “¡Eh, dejen de ser putos!” da para pensar. El ser puto caprichosamente ubicado en el mismo nivel de otros sintagmas como “ser delincuente”, “ser corrupto”, “ser asesino”, “ser adicto”. Claro, pero estos últimos sintagmas no refieren a esencias: refieren a accidentes; refieren a la biografía, no a la biología. Ser puto es una esencia (y al que dice lo contrario, ¡que lo demuestre!). ¿Cómo se puede dejar de ser? ¡Tanto que se habla en estos días del “derecho a ser”!

    Quererse, amarse ya no es ilegal en nuestro país. Pero queda un largo espacio por modificar: el espacio de las prácticas sociales, el espacio de las mentalidades. Y para eso hay que atreverse. Hay que jugarse. Cuesta ya que, sin duda, los riesgos son muchos más que los beneficios. Mas no se puede permanecer en silencio frente a la crueldad y el sufrimiento de otras personas. Personas con carne y pasión, pero también con razón, afectos y proyectos.  El non-sense se supera poniendo el cuerpo (propiedad personal y no enajenable): un beso, un abrazo, una caricia, una mirada son políticos. Hagamos política, entonces, en la cotidianeidad.  

    Pese a vivir en una tierra donde un beso puede ser subversivo, donde un abrazo puede ser transgresor y, en definitiva, donde el amor puede ser objeto de castigo social, mi orgullo por ser argentino sigue intacto. Sé que todo cambia. ¿Era Heráclito el que decía que “En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”, no? Bueno, no hay situaciones históricas que se perpetúen porque son sólo eso, “situaciones”, eventuales, como los ríos heraclianos, como la arena de un campo de médanos. Pero necesitamos más olas y más viento.

    You may say I'm a dreamer but I'm not the only one… 




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