Es la impaciencia de quererte
la que me mueve en estos días
la impaciencia de saber que
uno de estos días podrías no
estar ya
y, por eso, la impaciencia loca
de querer agotar todas las experiencias
todos los sentimientos en
veinticuatro o cuarenta y ocho horas
que se diluyen, fatalmente, como
un montón de polvo entre los dedos
la impaciencia que genera tu
ternura infinita
cuando, en silencio, concentrás
tu mirada
y tus pensamientos en algún
punto desconocido para mí
y tu rostro está en absoluta
calma, distendido,
y tus ojos brillan más que
siempre
y tu sonrisa es más real, más sublime…
la impaciencia de observarte en
el súmmum de la excitación y el placer
y sentir esa conexión tan íntima
muy adentro, y emocionarse hasta la médula
la impaciencia desgarradora de
querer cuidarte cuando te veo débil
la impaciencia de saberte incalculablemente
bueno, incalculablemente auténtico
por un gesto, por un acto
pequeño pero enorme, por el amor y el odio fusionados
pero, además, la impaciencia de
saberte inteligente, pensante y racional
la impaciencia inagotable de
sentir que no hay error en todo esto
porque me hacés inmensamente
feliz, en cada momento que estamos juntos
la impaciencia de saber que, por
momentos, no existe nada más que vos, Amor…
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